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Guayasamín: “Mi pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente”


Cada uno de sus trazos refleja su concepción plástica y actitud política. Vida y frases destacadas del multifacético ecuatoriano que, además de caracterizarse por sus expresivas figuras, fue hacedor de grandes retratos y murales, esculturas, paisajes y flores.

Su nombre y ascendencia indígena, las limitaciones de su infancia, el asesinato de un amigo, las crisis, revoluciones y guerras le hacen ver y sentir a Oswaldo Guayasamin, una realidad frente a la que asume una postura ideológica que se refleja en su concepción plástica y su actitud política.

Fue el mayor de 10 hermanos. Hijo de una familia humilde, nació el 6 de julio de 1919 en Quito, Ecuador y con ascendencia indígena, heredada de su padre.

Con sólo siete años, Oswaldo ya revelaba su vocación artística y pinta sus primeras obras. Estudia el rostro –en serio y en broma– de sus maestros, que lo sacaban de clase por la ofensa de caricaturizarlos.

En 1933, ingresa a la Escuela de Bellas Artes, y si bien allí también choca con los moldes y las tradiciones, pronto es el alumno más destacado y al mismo tiempo el mejor maestro.

Su primer encuentro con la crueldad se plasma en el cuadro que titula Los niños muertos, que recoge la brutal escena de un grupo de cadáveres amontonados en una calle de Quito, incluido su mejor amigo, de apellido Manjarrés, asesinado por una bala perdida. Así comienza a asumir una posición frente a las injusticias y crueldades de una sociedad que discrimina a los pobres, a los indios, a los negros, a los débiles.

La crisis agobiante de los años 30, la Revolución mexicana, la Guerra Civil Española y todo lo que va sucediendo en el mundo le hacen ver y sentir una realidad que se agudiza con el paso del tiempo y frente a la cual asume una actitud ideológica que se refleja en su concepción plástica y su actitud política.

A los 21 años, se gradúa de pintor y escultor en la Escuela de Bellas Artes y en 1942 gana sus dos primeros premios, uno, en el Salón Mariano Aguilera y el segundo, en 1956, su cuadro El ataúd blanco gana el Gran Premio de Pintura de la III Bienal Hispano-Americana de Arte. En 1957, gana también el Primer Premio de la Bienal de San Pablo y a estos se unirían en el futuro otros premios de reconocimiento internacional.

A su primera exposición asiste Nelson Rockefeller, encargado de Asuntos Interamericanos del departamento de Estado de los Estados Unidos. Le compra cinco cuadros y poco después gestiona una invitación para que el pintor visite y exponga en Estados Unidos. Por siete meses, Guayasamín recorre todos los museos posibles y así conoce el trabajo de artistas de nivel mundial como El Greco, Goya, Velázquez, Picasso, Renoir y Orozco.

Con el dinero ahorrado durante ese tiempo en Estados Unidos, Oswaldo viaja a México para conocer a Orozco y también conoce a Diego Rivera. De ambos aprende la técnica de pintar al fresco. En ese viaje entabla amistad con el poeta chileno Pablo Neruda.

En 1945, emprende un viaje desde México hasta la Patagonia, recorriendo de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, haciendo apuntes y dibujos para la que será su primera serie de 103 cuadros, denominada Huacayñán, que en quechua –una de las lenguas aborígenes de Ecuador– significa “El camino del llanto”. Esta serie es una visión de los pueblos mestizos, indios y negros, con sus culturas y expresiones de alegría, tristeza, tradición, identidad y religión, sobre todo de los países andinos.

Guayasamín milita en las causas de solidaridad con los pueblos oprimidos, en la lucha por la integración latinoamericana, contra las dictaduras, contra los abusos y agresiones de los países poderosos e imperialistas por la paz.

En 1961, empieza su segunda serie, La edad de la ira, para mostrar los lugares y hechos que se convirtieron en mataderos de la humanidad durante el siglo XX, como fueron los campos de concentración nazis, la Guerra Civil Española, las dictaduras en América Latina, las bombas de Hiroshima y Nagasaki, la invasión a Playa Girón en Cuba, entre otros.

Junto con sus hijos, en 1976, crea la Fundación Guayasamín y, a través de ella, dona a Ecuador todo su patrimonio artístico, con el que organiza tres museos: Arte Precolombino –con más de 2.000 piezas–, Arte Colonial –más de 500 piezas– y Arte Contemporáneo –con más de 250 obras. En este último, se exhiben los cuadros pertenecientes a La edad de la ira, la cual fue donada en su totalidad para evitar que se dividiera, como pasó con Huacayñán.

A partir de los 80, empieza una nueva serie: Mientras viva siempre te recuerdo, también conocida como la Edad de la ternura o simplemente La ternura, en homenaje a su madre, la cual da un giro esencial a los trabajos de Guayasamín. Es una declaración de amor a su madre, quien lo apoyó desde el principio a ser pintor, un “homenaje a la mujer de la tierra, una defensa de la vida, la defensa de los derechos humanos”.

Realizó más de 200 exposiciones monumentales, en los museos más importantes de Francia, España, Italia, la ex URSS, Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, México, Cuba, Colombia, Venezuela, Perú, Chile, Argentina, etc. Pintó a grandes personajes contemporáneos, escritores, artistas, políticos, estadistas. Entre ellos se destacan Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda, Juan Rulfo, Gabriela Mistral, Fidel Castro, Benjamín Carrión, Gabriel García Márquez, Ernesto Cardenal, Danielle y Françoise Mitterrand, el rey Juan Carlos de España, la princesa Carolina de Mónaco, Mercedes Sosa y muchos otros, como para llenar un libro que en efecto existe.

Los críticos y coleccionistas, los personajes mundiales consideran que la fecunda y personalísima obra de Guayasamín, cuya identidad es universal e inconfundible, trascenderá, porque en ella está reflejada, con ira y con ternura, la imagen de El tiempo que me ha tocado vivir, como decía el propio Guayasamín en un libro editado por el Instituto de Cooperación Iberoamericano de España. De ahí quizás una de sus frases representativas: “Mi pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente. Para mostrar lo que el Hombre hace en contra del Hombre

La Capilla del hombre y el árbol de la vida

En 1996, inicia en Quito su obra más importante, el espacio arquitectónico denominado La capilla del hombre, como un homenaje al ser humano, especialmente al pueblo latinoamericano, con su sufrimiento, luchas y logros, pasando por el mundo precolombino, la conquista, la Colonia y el mestizaje.

Oswaldo Guayasamín fallece el 10 de marzo de 1999, sin ver finalizada su obra máxima, La capilla del hombre, cuya primera fase se inauguró en 2002. Este proyecto fue declarado por la Unesco como “prioritario para la cultura” y fue ejecutada con aportes de entidades de Ecuador, Chile, Bolivia, Venezuela y con la solidaridad de artistas –cantantes y pintores– de Hispanoamérica, con la donación de obras y la realización de festivales musicales.

Sus cenizas descansan bajo el denominado “Árbol de la vida”, un árbol de pino plantado por el mismo Guayasamín en la casa en que vivió sus últimos 20 años, dentro de una vasija de barro.

Fuente: Fundación Guayasamín –  https://www.guayasamin.org/

 

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